(foto AFP)
Durante los seis años que trabajé en Honduras tuve necesidad de utilizar, por motivos laborales y personales, como única vía de entrada y salida, el Aeropuerto de Toncontín en Tegucigalpa.
Siempre me llamó la atención que al tocar tierra, se desgranaba una ovación casi cerrada de todos los pasajeros, yo incluido; esos aplausos no eran sino un ¡uff colectivo de alivio!
Pues aunque la mayoría de los pasajeros no sabíamos técnicamente que el terreno es elevado en todos los cuadrantes, lo que anticipa a los pilotos a no aterrizar en un ángulo muy vertical; ni que la pista de aterrizaje es tres veces más pequeña que la de Comalapa, el Aeropuerto Internacional mas cercano en El Salvador; ni que Toncontín y sus alrededores ha sido escenario de 12 accidentes de aeronaves, a lo largo de los últimos 20 años, que ha cobrado la vida de 182 personas, entre nacionales y extranjeros; todos teníamos plena conciencia que estábamos llegando a uno de los aeropuertos mas riesgosos de América y del Mundo.
Y no es que no tuviera experiencia en aeropuertos peligrosos, pues varias veces aterricé en el Aeropuerto Internacional Princesa Juliana, en Philipburg, capital de Sint Maarten, la parte holandesa de la Isla de Saint-Martin, considerado por muchos como el más peligroso del mundo, ya que combina su pista corta con el tráfico pesado de grandes aviones, que aterrizan apenas rozando las cabezas de los turistas que disfrutan en la playa.
Mención especial para el espeluznante aterrizaje que hube de hacer en la pista mas corta, con servicio comercial activo, del aeropuerto Juancho E. Yrausquin en la Isla de Saba, Antillas Holandesas, de solo 396 metros y con precipicios en ambas cabeceras.
No siendo menos amenazantes los arribos que efectué en los aeropuertos de Congonhas en São Paulo,Brasil; Mérida,Venezuela; Pasto,Nariño, Colombia y el antiguo de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México.
Aunque el vuelo mas horrendo que tuve nunca, del cual creí no sobrevivir, fue un vuelo que salió de un aeropuerto y llegó al mismo, después de mas de dos terribles horas en el aire.
Eso sucedió una mañana muy lluviosa y con cielo totalmente nublado, que mantenía cerrado el Aeropuerto Golosón, de La Ceiba, departamento Atlántida; en la costa norte de Honduras.
De pronto abrieron los vuelos y raudo abordé un avioncillo que ni siquiera tenía línea aerodinámica, parecía una artesanía guatemalteca, de tal forma que durante “el vuelo”, parodiando la canción mixteca, estábamos “cual hoja al viento”.
La docena de pasajeros sumidos en profundo silencio y con una angustia que apenas nos dejaba respirar, contábamos los minutos para llegar a Tegucigalpa; por fin llegamos, el piloto dio dos vueltas y no pudo ver la pista de aterrizaje de Toncontín; decidió elevarse al máximo hasta salir de la capa de nubosidad, llegamos al aire azul, pero la nave parecía que se desplomaría inmediatamente.
La “tripulación” (un ayudante) nos avisó que buscaríamos bajar en el aeropuerto alterno de San Pedro Sula, llegamos al mismo, imposible bajar. El combustible se agotaba y la solución heroica fue regresar al mismo aeropuerto de donde salimos. Ocioso es decir que regresé a Tegucigalpa en Autobús suburbano.
Pero regresemos a la peligrosidad del aeropuerto de Toncontín, que es un factor estructural sistémico, propicio para que suceda un evento adverso, tanto por su situación geográfica-se encuentra en una hondonada, rodeado de montañas- como por la corta longitud de su única pista de aterrizaje-1863 metros- que solo requiere que trascurra el tiempo para que eclosione un contratiempo.
Y eso es lo que sucedió este mayo del 2008, a la peligrosidad de la pista húmeda, se aunó el mal tiempo causado por la tormenta tropical Alma, que con su nubosidad disminuyó notablemente la visibilidad, teniendo como resultado un accidente de un Airbus A320-233, de la línea Transportes Aéreos del Continente Americano (TACA), con 21 mil horas de vuelo y mas de nueve mil aterrizajes.
La aeronave, proveniente de El Salvador, con 124 pasajeros y seis tripulantes, después de sobrevolar dos veces, al aterrizar rompió la cerca al final de la pista, por el extremo sur, cayendo a una calle aledaña, partiéndose en tres y desprendiendo sus dos motores de las alas.
Dos personas murieron por traumatismo, entre ellos el piloto, otro en el hospital debido a un infarto cardíaco y dos mas, que iban pasando por la calle, fueron aplastados por el avión; se reportaron además 58 pasajeros heridos.
La tragedia no llegó a niveles de catástrofe gracias a que la oportuna intervención de los bomberos evitó que la nave se incendiara y explotara.
Después de niño ahogado, las autoridades anunciaron que para vuelos internacionales se usará la base militar norteamericana de Palmerola en Comayagua, situada a 64 kilómetros al norte de Tegucigalpa, aunque la verdad sea dicha, en Honduras es más riesgoso viajar por carretera, que usar cualquiera de sus cuatro aeropuertos internacionales.
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