viernes, 12 de febrero de 2021

TRAZOS AUTOBIOGRÁFICOS IV 82 2020

La última semana de 2019, mi esposa yo nos contagiamos de un padecimiento agudo respiratorio, muy probablemente infeccioso, más severo para mi cónyuge que además tuvo una conjuntivitis hemorrágica. El primero de enero de 2020, llegamos enfermos al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, nadie nos revisó, los trabajadores de sanidad internacional disfrutaban como si estuvieran en  un día de descanso, ni siquiera había personal de guardia, por lo que no nos detectaron, fue una oportunidad perdida, estaban muy lejos de enterarse que la pandemia quizá estaba en fase inicial en el mundo.

A la mañana siguiente acudimos a una clínica oftalmológica en el sur de la CDMX, recibiendo mi esposa tratamiento antibiótico. Ese mismo día consultó con nuestro médico de cabecera quien ordenó una placa de tórax,  encontrando opacidades  pulmonares sugerentes de patología broncopulmonar.


Ahora nos preguntamos ¿Sería COVID 19? 

Primero por ignorar esa patología en ese momento y después por el confinamiento no pudimos hacernos los exámenes pertinentes para descartar o confirmar dicho padecimiento. Como todos nos fuimos enterando de la amenaza mundial de una pandemia, el gobierno, principalmente las autoridades sanitarias menospreciaron el asunto, lo minimizaron y dejaron pasar tiempo precioso para la vigilancia epidemiológica. Obviamente nadie pensaba en el COVID 19.

Cuando reaccionaron los supuestamente responsables, lo hicieron tarde, insuficiente y erróneamente,  según se evidencia por el número de muertes, que hacen de México uno de los países más afectados.

Muy lejos de los fabulosos veinte, en estos nuevos veinte, en 2020, inesperadamente iniciamos una abrupta caída al vacío, en un abismo, que al momento de escribir estas notas no advierto que profundidad y consecuencias finales tendrá. Sufro como nunca en mi 75 años de incertidumbre total, se ha golpeado mi existencia personal, familiar y social, por lo que hemos tenido obligatoriamente cambios sustantivos en nuestras condiciones y estilos de vida, la depauperación de la economía individual, del país y del mundo, amenaza con un escenario apocalíptico de la humanidad entera.


Aún enfermos, somnolientos y muy cansados,  con un frío casi glaciar, tuvimos el coraje de llenarnos de ánimo y cumplir la cita con mi sobrina Aldara, para acompañarla a su boda en Tampico Tamaulipas
Contacto conmigo el médico poblano Dr. Jesús Eduardo Barajas Rodríguez, quien dijo conocerme desde que yo era director de la UMF 21 del IMSS, no lo recordaba, pero accedí a su petición de elaborar un artículo de reflexiones sobre el sistema de salud que México necesitaba, para ser publicado en una revista médica que el dirigiría, lo titulé "Inminencia de implantar un sistema de salud, igual a los nórdicos". Así lo hice, pero me excusé de elaborar otro "porque no hay soluciones mágicas". 



Ya recuperados, fieles a la antigua tradición instalada por mi padre, como todos los años en forma rotatoria, nos reunimos para ver el Superbowl, este año en la casa de mi hermano Rodolfo. Quien  hubiera imaginado, que esa fue la última reunión de hermanos con ese objeto.
 



Me reuní por  última vez en el Centro Histórico de la CDMX con mi entrañable amigo, el yucateco José Díaz y Blanquita su esposa, hicimos planes de visitar Mérida e ir a Motul a disfrutar con los deliciosos huevo motuleños. Ni pudimos ir  y mucho menos pueblear en Yucatán.



Otra última vez, la celebración del cumpleaños de mi hermano Guillermo, con un nudo en la garganta le cantamos las mañanitas al pie de la cama en la que permanecía convaleciente en su hogar después de múltiples traumáticos internamientos hospitalarios. Después de una larga y progresiva agonía, de dos años tres meses, falleció el 15 de octubre, siendo incinerado en la agencia funeraria en donde solo pudimos asistir cinco personas que experimentamos un profundo dolor por su muerte.



Mi mejor amigo de la colonia, el español de Santander Fidel Gómez, también  murió, en un episodio relativamente rápido y afortunadamente sin gran sufrimiento. Aquí me encontraba con él en  septiembre  del 2017, inspeccionábamos los daños del terremoto.



Fui invitado por mi querida nieta Janet a participar como "actor" para un corto metraje de su escuela. Por supuesto mi rol era de “El Abuelo” .  

Acudí a otra tradición familiar, el desayuno Alarid, que dejó de ser un momento para compartir los alimentos y se transformó en un exitoso grupo de WhatsApp.

 


Todavía tuvimos la dicha de compartir con Maritza, Iliana y Pepe Luis por vez postrera antes del confinamiento obligatorio. 


El confinamiento, estilo actual para todos los viejos, nos lo hemos tomado en serio, al grado que afortunadamente  una prueba de COVID resultó negativa, pues en casa somos muy estrictos con la sanitización, la distancia saludable, lavado de manos y sobre todo el uso de cubrebocas y de ser posible con careta agregada:





También hemos incursionado en roles antes típicamente "femeninos": barrer, lavar trastes, hacer las camas.






Pero no por el confinamiento he dejado de comer sabroso, pues tengo una esposa extraordinaria, sin ella ya hubiera claudicado.








No faltó la urgencia médico quirúrgica, una amenaza  de encarcelamiento y estrangulación de una hernia, que me llevó a una hernio plastia inguinal derecha. Afortunadamente salí bien y con el apoyo
 irrestricto familiar de Cucú y Tamy.




Pero el cambio más notable, ha sido  sustituir el contacto directo por reuniones virtuales mediante videollamadas:










No podía faltar un buen juego de ajedrez a campo abierto, con mi hermano Rodolfo y lejos de todo contacto humano.





Finalmente estrené aparatos auditivos, celebré mi cumpleaños LXXV y previa prueba de Covid19 negativa, por primera vez en todo el año me pude reunir con mis tres hijos y mis cinco nietos, raro evento aún sin pandemia.