La última semana de 2019, mi esposa yo nos contagiamos de un padecimiento agudo respiratorio, muy probablemente infeccioso, más severo para mi cónyuge que además tuvo una conjuntivitis hemorrágica. El primero de enero de 2020, llegamos enfermos al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, nadie nos revisó, los trabajadores de sanidad internacional disfrutaban como si estuvieran en un día de descanso, ni siquiera había personal de guardia, por lo que no nos detectaron, fue una oportunidad perdida, estaban muy lejos de enterarse que la pandemia quizá estaba en fase inicial en el mundo.
A la mañana siguiente acudimos a una clínica oftalmológica en el sur de la CDMX, recibiendo mi esposa tratamiento antibiótico. Ese mismo día consultó con nuestro médico de cabecera quien ordenó una placa de tórax, encontrando opacidades pulmonares sugerentes de patología broncopulmonar.
Primero por ignorar esa patología en ese momento y después por el confinamiento no pudimos hacernos los exámenes pertinentes para descartar o confirmar dicho padecimiento. Como todos nos fuimos enterando de la amenaza mundial de una pandemia, el gobierno, principalmente las autoridades sanitarias menospreciaron el asunto, lo minimizaron y dejaron pasar tiempo precioso para la vigilancia epidemiológica. Obviamente nadie pensaba en el COVID 19.
Cuando reaccionaron los
supuestamente responsables, lo hicieron tarde, insuficiente y erróneamente, según se evidencia por el número de muertes, que hacen de México uno de los países más afectados.
Muy lejos de los fabulosos veinte, en estos nuevos veinte, en 2020, inesperadamente iniciamos una abrupta caída al vacío, en un abismo, que al momento de escribir estas notas no advierto que profundidad y consecuencias finales tendrá. Sufro como nunca en mi 75 años de incertidumbre total, se ha golpeado mi existencia personal, familiar y social, por lo que hemos tenido obligatoriamente cambios sustantivos en nuestras condiciones y estilos de vida, la depauperación de la economía individual, del país y del mundo, amenaza con un escenario apocalíptico de la humanidad entera.
Fui invitado por mi querida nieta Janet a participar como "actor" para un corto metraje de su escuela. Por supuesto mi rol era de “El Abuelo” .
Acudí a otra tradición familiar, el desayuno Alarid, que dejó de ser un momento para compartir los alimentos y se transformó en un exitoso grupo de WhatsApp.
Todavía tuvimos la dicha de compartir con Maritza, Iliana y Pepe Luis por vez postrera antes del confinamiento obligatorio.
El confinamiento, estilo actual para todos los viejos, nos lo hemos tomado en serio, al grado que afortunadamente una prueba de COVID resultó negativa, pues en casa somos muy estrictos con la sanitización, la distancia saludable, lavado de manos y sobre todo el uso de cubrebocas y de ser posible con careta agregada:
También hemos incursionado en roles antes típicamente "femeninos": barrer, lavar trastes, hacer las camas.
Pero no por el confinamiento he dejado de comer sabroso, pues tengo una esposa extraordinaria, sin ella ya hubiera claudicado.
Pero el cambio más notable, ha sido sustituir el contacto directo por reuniones virtuales mediante videollamadas:
Finalmente estrené aparatos auditivos, celebré mi cumpleaños LXXV y previa prueba de Covid19 negativa, por primera vez en todo el año me pude reunir con mis tres hijos y mis cinco nietos, raro evento aún sin pandemia.
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