1 Te lo dije hija…
Corría un año de la década de los setenta, en la bullanguera población bananera de Tela, en la cálida costa hondureña, cuando una humilde familia garífuna tuvo la dicha y el orgullo de que Leticia, la hermana menor, ingresara a la Escuela de Medicina.
Leticia Dejarano era una espigada muchacha adolescente con porte de basketbolista antillana, aunque con mucha confianza propia no era pretensiosa ni petulante.
Cuando la familia tenía que trasladarse al centro neurálgico del puerto, como lo hacían deambulando, cruzaban por una naciente urbanización residencial y ahí, precisamente ahí, estaba en construcción una incipiente mansión que llamaba la atención de los transeúntes.
La mamá de Leticia, invariablemente, cada vez que pasaba en cualquiera de las dos direcciones, de ida y vuelta, frente a la casa, arengaba a los albañiles para que se aplicaran e hicieran muy bien su trabajo, porque esa casa "era para su hija", Leticia; lo que ruborizaba muy discretamente a Lety, pues bien que lo disimulaba su tez morena.
La casa se terminó y sucesivamente fue ocupada por personajes muy prestantes, entre ellos el Cónsul del Perú.
Pasaron los años, Leticia llegó a ser la Dra. Dejarano y como se había graduado de Maestra en Salud Pública, llegó a ser la Jefa de la Jurisdicción Sanitaria de Tela, teniendo entre otros deberes la inspección de los barcos que atracaban en ese fondeadero hondureño.
En el desempeño de su labor, abordó un barco de bandera liberiana y tripulación norteamericana, y cuando transitaba de estribor a babor, la tabla por donde caminaba no resistió su peso y se rompió, de tal forma que la doctora Dejarano cayó cuatro metros abajo, rompiéndose ambas piernas, con fractura expuesta del fémur derecho.
Entre hospitalización, cirugía y rehabilitación, los siguientes dos años fueron un auténtico vía crucis para la deprimida doctora, gracias a su entereza logró superar este episodio y volvió a caminar normalmente.
Casi al mismo tiempo fue localizada por un agente de una aseguradora de los Estados Unidos, recibiendo una abultada indemnización en dólares, que le permitió comprar la casa de marras, misma que regaló a su madre, pues ella radica actualmente en Tegucigalpa.
2 Nadie sabe para quien trabaja…
Jorge Cotico Grutas era un médico joven y muy simpático, adscrito a los Servicios de Salud Pública de la Provincia de Neuquén, Argentina; se caracterizaba por jovial, trabajador y por su espeso bigote negro.
Aunque laboraba en la Cordillera de los Andes, había nacido en la “Mesopotamia Argentina”, en la Provincia de Entre Ríos, solo treinta y cinco años antes de conocerlo.
Su aspecto era mas mexicano que argentino, parecía la estampa de un mariachi. Para demostrar que sabía sobre México, frecuentemente me preguntaba por “las chaparritas”, imitando el supuesto cantadito que nos atribuyen en el extranjero.
Querido por todos, era asiduo a todas las reuniones provinciales, fueran científicas o de esparcimiento. Por cierto era un gran aficionado al Truco Argentino, juego de naipes con baraja española, donde la mayor parte del éxito es engañar a los contrarios haciéndoles creer que se hace flor, envido, truco y retruco; permitiéndose todo tipo de señas al compañero, como levantar cejas, guiñar los ojos o inclinar la boca, cantando la jugada improvisando una rima.
La gran ilusión de Cotico, era tener morada propia y con los esfuerzos de su trabajo intenso, había iniciado ya la construcción de la casa de sus sueños. Pero un funesto suceso cambio su destino, con cefaleas intensas y trastornos en la marcha, hubo de ser hospitalizado, encontrándole sus compañeros de profesión un tumor de cerebelo que lo llevó a la muerte prematura, cuando no llegaba siquiera a los cuarenta años.
La tierna viuda estipulo un convenio con un contratista para completar la edificación del inmueble, mismo que se financió con el dinero del seguro de vida y la indemnización laboral. Pero como nadie sabe para quien trabaja, el contratista no solo se quedó con la casa, sino también con la viuda.
Si el doctor Grutas reviviera, seguramente se volvería a morir de pena.
3 Yo no ando con casados…
El hermano de Ramón Calma, vecino de Mérida, Yucatán, tuvo una tórrida correspondencia con una campesina manchega, de Campo de Criptana, Ciudad Real, España, en la época intermedia del franquismo, que culminó en un casamiento “por poder”, ya que no estaban establecidas las relaciones diplomáticas entre México y España.
La muchacha vino a vivir a Mérida, pero extrañaba a su hermana menor, de tal forma que, no encontró mejor manera de traerla, que Ramón pudiera casarse con ella, “sin ningún compromiso, solamente para que saliera de la Península Ibérica”; convenció a su esposo y entre los dos presionaron al buen Ramón, que no resistió estos embates y aceptó casarse, también por poder y así lo hizo.
Ya corridos todos los trámites, la Maritornes, simplemente decidió dejarlo plantado, no viajó y el pobre de Ramón quedo legalmente casado, sin conocer siquiera a la novia, ni haber intercambiado palabra alguna con ella, pues el sistema de telefonía no estaba tan avanzado como el día de hoy.
Cuando Ramón cortejaba a alguna muchacha emeritense, en el seno de una sociedad muy conservadora, en donde la información relevante corre con gran fluidez, inmediatamente era rechazado, pues “era un hombre con compromiso”, sin darle tiempo para que diera toda la explicación que lo condonaba, dejándolo con un palmo de narices.
Al transcurrir del tiempo, la tragedia llegó a esa familia, pues como el hermano mayor era transportista, murió en un accidente carretero, quedando Ramón a cargo de la viuda y de los sobrinos.
Vivía con su cuñada en la misma casa, paulatinamente se fueron enamorando mutuamente, pero vivían sin pecado, pues los escrúpulos de la viuda y su flaca memoria de corresponsable del hecho, jamás le permitirían ni por un instante, iniciar vida marital con un hombre casado.
Finalmente, después de engorrosos trámites, facilitados un poco por la reanudación de relaciones con la Madre Patria, se casaron. Actualmente Ramón es padre de sus sobrinos y esposo de su cuñada, por tanto su hermano, aunque muerto, ahora es considerado como cuñado de su ex esposa.
Si non è vero è ben trovato: "Y si no es verdad, está bien inventado..."
Corría un año de la década de los setenta, en la bullanguera población bananera de Tela, en la cálida costa hondureña, cuando una humilde familia garífuna tuvo la dicha y el orgullo de que Leticia, la hermana menor, ingresara a la Escuela de Medicina.
Leticia Dejarano era una espigada muchacha adolescente con porte de basketbolista antillana, aunque con mucha confianza propia no era pretensiosa ni petulante.
Cuando la familia tenía que trasladarse al centro neurálgico del puerto, como lo hacían deambulando, cruzaban por una naciente urbanización residencial y ahí, precisamente ahí, estaba en construcción una incipiente mansión que llamaba la atención de los transeúntes.
La mamá de Leticia, invariablemente, cada vez que pasaba en cualquiera de las dos direcciones, de ida y vuelta, frente a la casa, arengaba a los albañiles para que se aplicaran e hicieran muy bien su trabajo, porque esa casa "era para su hija", Leticia; lo que ruborizaba muy discretamente a Lety, pues bien que lo disimulaba su tez morena.
La casa se terminó y sucesivamente fue ocupada por personajes muy prestantes, entre ellos el Cónsul del Perú.
Pasaron los años, Leticia llegó a ser la Dra. Dejarano y como se había graduado de Maestra en Salud Pública, llegó a ser la Jefa de la Jurisdicción Sanitaria de Tela, teniendo entre otros deberes la inspección de los barcos que atracaban en ese fondeadero hondureño.
En el desempeño de su labor, abordó un barco de bandera liberiana y tripulación norteamericana, y cuando transitaba de estribor a babor, la tabla por donde caminaba no resistió su peso y se rompió, de tal forma que la doctora Dejarano cayó cuatro metros abajo, rompiéndose ambas piernas, con fractura expuesta del fémur derecho.
Entre hospitalización, cirugía y rehabilitación, los siguientes dos años fueron un auténtico vía crucis para la deprimida doctora, gracias a su entereza logró superar este episodio y volvió a caminar normalmente.
Casi al mismo tiempo fue localizada por un agente de una aseguradora de los Estados Unidos, recibiendo una abultada indemnización en dólares, que le permitió comprar la casa de marras, misma que regaló a su madre, pues ella radica actualmente en Tegucigalpa.
2 Nadie sabe para quien trabaja…
Jorge Cotico Grutas era un médico joven y muy simpático, adscrito a los Servicios de Salud Pública de la Provincia de Neuquén, Argentina; se caracterizaba por jovial, trabajador y por su espeso bigote negro.
Aunque laboraba en la Cordillera de los Andes, había nacido en la “Mesopotamia Argentina”, en la Provincia de Entre Ríos, solo treinta y cinco años antes de conocerlo.
Su aspecto era mas mexicano que argentino, parecía la estampa de un mariachi. Para demostrar que sabía sobre México, frecuentemente me preguntaba por “las chaparritas”, imitando el supuesto cantadito que nos atribuyen en el extranjero.
Querido por todos, era asiduo a todas las reuniones provinciales, fueran científicas o de esparcimiento. Por cierto era un gran aficionado al Truco Argentino, juego de naipes con baraja española, donde la mayor parte del éxito es engañar a los contrarios haciéndoles creer que se hace flor, envido, truco y retruco; permitiéndose todo tipo de señas al compañero, como levantar cejas, guiñar los ojos o inclinar la boca, cantando la jugada improvisando una rima.
La gran ilusión de Cotico, era tener morada propia y con los esfuerzos de su trabajo intenso, había iniciado ya la construcción de la casa de sus sueños. Pero un funesto suceso cambio su destino, con cefaleas intensas y trastornos en la marcha, hubo de ser hospitalizado, encontrándole sus compañeros de profesión un tumor de cerebelo que lo llevó a la muerte prematura, cuando no llegaba siquiera a los cuarenta años.
La tierna viuda estipulo un convenio con un contratista para completar la edificación del inmueble, mismo que se financió con el dinero del seguro de vida y la indemnización laboral. Pero como nadie sabe para quien trabaja, el contratista no solo se quedó con la casa, sino también con la viuda.
Si el doctor Grutas reviviera, seguramente se volvería a morir de pena.
3 Yo no ando con casados…
El hermano de Ramón Calma, vecino de Mérida, Yucatán, tuvo una tórrida correspondencia con una campesina manchega, de Campo de Criptana, Ciudad Real, España, en la época intermedia del franquismo, que culminó en un casamiento “por poder”, ya que no estaban establecidas las relaciones diplomáticas entre México y España.
La muchacha vino a vivir a Mérida, pero extrañaba a su hermana menor, de tal forma que, no encontró mejor manera de traerla, que Ramón pudiera casarse con ella, “sin ningún compromiso, solamente para que saliera de la Península Ibérica”; convenció a su esposo y entre los dos presionaron al buen Ramón, que no resistió estos embates y aceptó casarse, también por poder y así lo hizo.
Ya corridos todos los trámites, la Maritornes, simplemente decidió dejarlo plantado, no viajó y el pobre de Ramón quedo legalmente casado, sin conocer siquiera a la novia, ni haber intercambiado palabra alguna con ella, pues el sistema de telefonía no estaba tan avanzado como el día de hoy.
Cuando Ramón cortejaba a alguna muchacha emeritense, en el seno de una sociedad muy conservadora, en donde la información relevante corre con gran fluidez, inmediatamente era rechazado, pues “era un hombre con compromiso”, sin darle tiempo para que diera toda la explicación que lo condonaba, dejándolo con un palmo de narices.
Al transcurrir del tiempo, la tragedia llegó a esa familia, pues como el hermano mayor era transportista, murió en un accidente carretero, quedando Ramón a cargo de la viuda y de los sobrinos.
Vivía con su cuñada en la misma casa, paulatinamente se fueron enamorando mutuamente, pero vivían sin pecado, pues los escrúpulos de la viuda y su flaca memoria de corresponsable del hecho, jamás le permitirían ni por un instante, iniciar vida marital con un hombre casado.
Finalmente, después de engorrosos trámites, facilitados un poco por la reanudación de relaciones con la Madre Patria, se casaron. Actualmente Ramón es padre de sus sobrinos y esposo de su cuñada, por tanto su hermano, aunque muerto, ahora es considerado como cuñado de su ex esposa.
Si non è vero è ben trovato: "Y si no es verdad, está bien inventado..."
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