martes, 23 de mayo de 2017

TRAZOS AUTOBIOGRÁFICOS 23 1966


En el cuarto año de medicina, ingreso al grupo E4, ya nuestra actividad es únicamente hospitalaria, rotamos por El Hospital Colonia y el Centro Médico La Raza; las clases sumamente interesantes, alrededor de la clínica y la patología. Continuó como pasante de la Cruz Roja en Monterrey y Durango, Colonia Roma.
Termina mi vena artística como “poeta” y cometo el error de quemar un cuaderno en el que anotaba apuntes como: “Se sincera y no uses el engaño y si no me quieres dímelo, que después de esto ya nada me hará daño, pues nadie puede ya matar a un muerto”.

Mi papá trabajaba como Agente del Ministerio Público en Acapulco y me da la indicación que le lleve su carro, ese es mi primer reto importante en carretera, afortunadamente sin ningún problema, ni para la parte humana ni para la mecánica.
Con mis mejores amigos de la época voy a la ciudad de Guanajuato, me encanta y me deja impresionado la combinación de callejones, estudiantina y edificaciones coloniales.

Además soy asiduo del Sanatorio Coahuila, ayudo a mi tío y soy tutorado por una especie de “residente” el Dr. Andrés Cruz Vega. Cada una de las experiencias médicas asimiladas, me servirían después, sobre todo en el servicio social.
Ese año sucede un hecho trascendente en el resto de mi vida, en singular coincidencia, en dos transportes públicos, en diferente tiempo, conozco a Rosita, la mujer con la hice una linda familia, compañera y apoyo total de siempre.
La visito en la clínica 8 con motivo de una amigdalotomía y  en su casa, pues estuvo varios meses con un corsee de yeso ortopédico.


En una ocasión que la acompañaba rumbo a su casa, ambos vimos en el firmamento unas luces, que agrupadas se trasladaban a gran velocidad, nunca supimos de que se trataba realmente y jamás las volvimos a ver.

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