Los datos duros de la historia señalan que Ferdinand Maximilian Joseph von Habsburg-Lothringen, nació el 6 de julio de 1832 en el Palacio de Schönbrunn, en Viena Austria, como archiduque de Austria y príncipe de Hungría y Bohemia; siendo fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, México por el gobierno republicano de Benito Juárez, el 19 de junio de 1867, a solo un mes de que cumpliera 35 años; no obstante las solicitudes de ministros europeos y a pesar de los ruegos de la princesa Agnes de Salm-Salm. Al morir ostentaba el alto título de Maximiliano I de México, emperador del Segundo Imperio Mexicano.
Desde San Luis Potosí, sede provisional del gobierno juarista, el General Mariano Escobedo designó a los doctores Ignacio Rivadeneyra y Vicente Licea para practicar el embalsamamiento “en lugar seguro, bajo la vigilancia de la autoridad”, tardando nueve días en reportar como terminada esa operación. Todavía “hubo de retocarse” el cuerpo de Maximiliano, en la Ciudad de México, por el Doctor Ignacio Alvarado.
A petición del Canciller Austriaco, Conde de Beust, los mexicanos entregaron al Vicealmirante Tegetthoff los restos de Maximiliano, quien regresó como cadáver a Europa, irónicamente en la misma embarcación que lo había traído en 1864 a América, la fragata Novara; siendo enterrado en la Cripta Imperial (Kaisergruft) de la Iglesia de los Capuchinos, en Viena, el 18 de enero de 1868, siete meses después de su ajusticiamiento.
A 1300 kilómetros de distancia de la Ciudad de México, pero a varios días de acceso, según las vías y los medios de comunicación de la época, en la tranquila población de San Salvador, con sus 25000 habitantes, en una fecha imprecisa, finales del siglo XIX, aparece por sus calles empedradas, un enigmático personaje de origen austriaco, que causa asombro y no poca curiosidad; no pudiendo pasar inadvertido, por su aspecto francamente extranjero, su elegancia al vestir impecable y acicalado; y por añadidura, por andar siempre sin calzado, particularidad por la que sería siempre recordado, al grado que algunos se referían a el, como “el príncipe descalzo”.
Esa persona real era Justo Armas, eso no se cuestiona. El no nació en El Salvador, pero apareció ya en sus años medios, en algún tiempo del siglo XIX. La primera certeza de la estadía de Armas en El Salvador se sitúa en 1871, cuando participó donando dinero para las fiestas patronales de San Salvador, Durante sus primeros años en ese país, fue acogido por familias pudientes, especialmente por el vicepresidente Gregorio Arbizú, simpatizante de la monarquía y masón.
Don Justo, comerciante de origen desconocido, tenía maneras elegantes, hablaba un educado y fluido alemán, entre otros idiomas, y aparentaba tener un extenso conocimiento de las cortes y la alta sociedad europea; con esas virtudes fue capaz de establecer un servicio de banquetes de alto nivel, que incluía cubiertos y utensilios de primera clase. Además, fue conocido como una persona culta, dando clases de etiqueta y buenas maneras a las señoritas de mayor alcurnia.
Andaba sin zapatos para el resto de su vida, según sus palabras, para cumplir una promesa a la Virgen del Carmen, por haberlo ayudado a salir de un momento de peligro de muerte. Prometió además no revelar nunca su verdadera identidad, lo que labró con misterio la leyenda de que se trataba del Archiduque de Austria, Fernando Maximiliano, quien salvó la vida en un falso fusilamiento, gracias a que tanto él, como Benito Juárez pertenecían a la masonería y una ley importante de la masonería prohibe el asesinato de hermanos masones, lo que le obligó a salir de México y a guardar silencio sobre este tremendo secreto.
Está singular leyenda, que resuelve el doloroso dilema de Juárez entre cumplir con las razones de estado y no matar a un compañero masón, ha sido estudiada seriamente, principalmente por el investigador salvadoreño arquitecto Rolando Deneke Sol, quien sostiene que Justo Armas, era Maximiliano; explica que el origen del nombre, fue un edicto publicado por Benito Juárez, que menciona “El archiduque Fernando Maximiliano José de Austria fue hecho justo por las armas”.
Revela que el emperador se salvo del fusilamiento, ayudado por prominentes políticos de México, siendo la princesa de Salm Salm quien proyectó la fuga de Maximiliano; además se menciona, que al atenderse al Almirante Tegetthoff, quien llegó a reclamar el cadáver de Maximiliano en nombre de la familia, hubo tardanza en la entrega, y que en la capilla ardiente que retornó a Austria el 28 de noviembre de 1867, se colocó el cadáver de una persona que no era Maximiliano, al que le colocaron los ojos azules de cristal de una Santa Ursula. Cuando el ataúd fue abierto, su madre según se dice exclamó: "¡Este no es mi hijo!".
Justo Armas murió en 1936, después de vivir 66 años en San Salvador. De haber sido Maximiliano, a la edad de 104 años, lo que es altamente improbable, no obstante los exámenes cráneo-faciales y pruebas grafotécnicas que asocian a ambos personajes. Una entrevista a su nieta, de noventa años, abre el abanico de probabilidades, pues muestra un documento redactado por Sir Sydney Martin Stadler quien en los años sesenta disertó sobre la misteriosa identidad de Don Justo Armas, planteando sin demostrarlo, que Don Justo era realmente el misteriosamente desaparecido Archiduque Johann Salvador, lo cual no es posible, pues murió antes de 1936.
Desde San Luis Potosí, sede provisional del gobierno juarista, el General Mariano Escobedo designó a los doctores Ignacio Rivadeneyra y Vicente Licea para practicar el embalsamamiento “en lugar seguro, bajo la vigilancia de la autoridad”, tardando nueve días en reportar como terminada esa operación. Todavía “hubo de retocarse” el cuerpo de Maximiliano, en la Ciudad de México, por el Doctor Ignacio Alvarado.
A petición del Canciller Austriaco, Conde de Beust, los mexicanos entregaron al Vicealmirante Tegetthoff los restos de Maximiliano, quien regresó como cadáver a Europa, irónicamente en la misma embarcación que lo había traído en 1864 a América, la fragata Novara; siendo enterrado en la Cripta Imperial (Kaisergruft) de la Iglesia de los Capuchinos, en Viena, el 18 de enero de 1868, siete meses después de su ajusticiamiento.
A 1300 kilómetros de distancia de la Ciudad de México, pero a varios días de acceso, según las vías y los medios de comunicación de la época, en la tranquila población de San Salvador, con sus 25000 habitantes, en una fecha imprecisa, finales del siglo XIX, aparece por sus calles empedradas, un enigmático personaje de origen austriaco, que causa asombro y no poca curiosidad; no pudiendo pasar inadvertido, por su aspecto francamente extranjero, su elegancia al vestir impecable y acicalado; y por añadidura, por andar siempre sin calzado, particularidad por la que sería siempre recordado, al grado que algunos se referían a el, como “el príncipe descalzo”.
Esa persona real era Justo Armas, eso no se cuestiona. El no nació en El Salvador, pero apareció ya en sus años medios, en algún tiempo del siglo XIX. La primera certeza de la estadía de Armas en El Salvador se sitúa en 1871, cuando participó donando dinero para las fiestas patronales de San Salvador, Durante sus primeros años en ese país, fue acogido por familias pudientes, especialmente por el vicepresidente Gregorio Arbizú, simpatizante de la monarquía y masón.
Don Justo, comerciante de origen desconocido, tenía maneras elegantes, hablaba un educado y fluido alemán, entre otros idiomas, y aparentaba tener un extenso conocimiento de las cortes y la alta sociedad europea; con esas virtudes fue capaz de establecer un servicio de banquetes de alto nivel, que incluía cubiertos y utensilios de primera clase. Además, fue conocido como una persona culta, dando clases de etiqueta y buenas maneras a las señoritas de mayor alcurnia.
Andaba sin zapatos para el resto de su vida, según sus palabras, para cumplir una promesa a la Virgen del Carmen, por haberlo ayudado a salir de un momento de peligro de muerte. Prometió además no revelar nunca su verdadera identidad, lo que labró con misterio la leyenda de que se trataba del Archiduque de Austria, Fernando Maximiliano, quien salvó la vida en un falso fusilamiento, gracias a que tanto él, como Benito Juárez pertenecían a la masonería y una ley importante de la masonería prohibe el asesinato de hermanos masones, lo que le obligó a salir de México y a guardar silencio sobre este tremendo secreto.
Está singular leyenda, que resuelve el doloroso dilema de Juárez entre cumplir con las razones de estado y no matar a un compañero masón, ha sido estudiada seriamente, principalmente por el investigador salvadoreño arquitecto Rolando Deneke Sol, quien sostiene que Justo Armas, era Maximiliano; explica que el origen del nombre, fue un edicto publicado por Benito Juárez, que menciona “El archiduque Fernando Maximiliano José de Austria fue hecho justo por las armas”.
Revela que el emperador se salvo del fusilamiento, ayudado por prominentes políticos de México, siendo la princesa de Salm Salm quien proyectó la fuga de Maximiliano; además se menciona, que al atenderse al Almirante Tegetthoff, quien llegó a reclamar el cadáver de Maximiliano en nombre de la familia, hubo tardanza en la entrega, y que en la capilla ardiente que retornó a Austria el 28 de noviembre de 1867, se colocó el cadáver de una persona que no era Maximiliano, al que le colocaron los ojos azules de cristal de una Santa Ursula. Cuando el ataúd fue abierto, su madre según se dice exclamó: "¡Este no es mi hijo!".
Justo Armas murió en 1936, después de vivir 66 años en San Salvador. De haber sido Maximiliano, a la edad de 104 años, lo que es altamente improbable, no obstante los exámenes cráneo-faciales y pruebas grafotécnicas que asocian a ambos personajes. Una entrevista a su nieta, de noventa años, abre el abanico de probabilidades, pues muestra un documento redactado por Sir Sydney Martin Stadler quien en los años sesenta disertó sobre la misteriosa identidad de Don Justo Armas, planteando sin demostrarlo, que Don Justo era realmente el misteriosamente desaparecido Archiduque Johann Salvador, lo cual no es posible, pues murió antes de 1936.
Juan Nepomuceno Salvador, hijo del príncipe Leopoldo II de Toscaza, se convirtió primero en “John Orth”, naufragando en su buque Santa Margarita en el cabo de Hornos, dándolo por muerto en 1890. Sobrevivió, viviendo en Uruguay, Argentina y Paraguay, afincándose posteriormente en la ciudad noruega de Kristiansand, donde en 1911 muere con el nombre de Hugo Köhler, un laborioso litógrafo.
Hay quien se atreve a proponer que su verdadera personalidad era la del Príncipe de la Corona el Archiduque Rodolfo de Austria, lo que es imposible, ya que Rodolfo murió en Mayerling, cerca de Viena, en 1889 junto a su joven amante la Baronesa María Vetsera. Ambas muertes fueron descritas como suicidios por su amor ilícito.
La posibilidad más verosímil es que Justo Armas no fuese ni Maximiliano, ni Juan Nepomuceno, ni Rodolfo.
14 comentarios:
Muy interesante las relaciones, realmente es un poco inverosímil, desconocía la relación de Maximiliano y los masones
Este relato es conocido y fue publicado en "La aventura de la Historia" (2001) en España, es una farsa. Si se ven los dos retratos de Justo Armas y Maximiliano no hay ningún rasgo físico parecido (nariz más ancha de Justo Armas, etc.). Maximiliano no era masón y fue asesinado por el indio Benito Juárez.
"...fue asesinado por el indio Benito Juárez."
No soy un apologista de Juárez (me parece que fue un político como tantos, con errores y aciertos). Tampoco soy alguien que esté resentido con España (como tantos compatriotas míos desinformados). Por el contrario, me siento orgulloso de la herencia cultural española en México (así como de la herencia cultura prehispánica). Pero me llama la atención como algunos miembros del hermano pueblo español conservan aquél racismo medieval. En sentido estricto no tendría nada de malo hablar de "el indio Benito Juárez" pues efectivamente fue un indio (es como hablar de "el vikingo" Erik el Rojo). Pero hay muchos españoles (y también muchos mexicanos, para mayor desgracia) que utilizan la palabra "indio" con un sentido despectivo. No puedo saber el sentido con que la utilizó el Anónimo anterior, por lo que no lo acuso, solo aprovecho el tema para dar un mensaje saludable a algunos cuantos internautas: Hispanidad del mundo, acepta a los indios americanos como seres humanos... acepta a toda la humanidad como iguales. Deja el racismo allá en su época. Ya no hay tiempo para el racismo.
Cuando la madre dice "Este no es mi hijo", se refería que no lo reconocía porque uno de los balazos que recibio nuestro querido emperador fue en el rostro. Además de que existen fotos de su cadaver. Yo creeo que el indigena Benito Juarez fue el verdadero títere, pero de Estados Unidos. Sin la ayuda de EE.UU y sin la invasión que tuvo Francia en Euorpa, el indigena simplemente no hubiera vencido.
Matando a conservadores mexicanos y franceses nacionalizados, nadie resalta que de él ejército fránces YA NO estaba en México cuando mataron a Maximiliano y que el ejército imperial eran mexicanos, franceses, belgas, austriacos nacionalizados.
A los que no creen que Maximiliano fue masón, solamente les digo que esto está plenamente confirmado, lo cual era muy común entre la gente culta y noble de la Europa del siglo XIX. Los ignorantes pueden sacar conclusiones erróneas, pero no es de extrañar que Don Benito Juárez, PRESIDENTE DE MÉXICO y tal vez el mejor que ha tenido el país, le perdonara la vida a su hermano masón. Hay que estar en esta fraternidad para entender esto. Soy hijo de padre español y como historiador admiro mucho a Don Benito. Estoy haciendo lo posible por avocarme más a los relatos de Don Justo Armas para sacar una conclusión más apegada a la ciencia y no a la simple especulación emocional. Ah y la gente de muchos lugares puede vivir más de 100 años. Todo depende de su forma de vivir.
Existen relatos del médico personal del Emperador Maximiliano, quién -si bien no realizó la autopsia- la supervisó y describe en un libro.
Esto amén de las fotos del emperador muerto.
Lo de Justo Armas-Rodolfo no tiene ningún asidero. No sólo existen fotos del Príncipe Heredero muerto, sino que fue velado en una capilla ardiente y visto por numerosas personas.
Me resulta más creíble la tesis de que haya sido John Orth o algún sobreviviente de la corte de Maximiliano, muy probablemente su ayudante y cocinero Tudos
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Si... yo tambien pienso que lo mas probable es de que Justo Armas fuera un integrante de la servidumbre de la corte imperial mexicana de Maximiliano y Carlota que tuvo la posibilidad de huir hacia el vecino país de San Salvador, por las características del personaje, las circunstancias y las fechas descritas de su vida, así como la cercanía del país donde se desarrolla el relato de su vida.
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