Imágenes: El Velorio de Oller, cafeag3.blogspot.com
El folklore demosófico hace referencia a las celebraciones, comidas típicas y actividades artesanales, realizadas a nivel comunitario por un conjunto de individuos que forman una unidad política; junto con el folklore literario, musical y geográfico se encarga de conocer la manera propia de pensar y actuar de un pueblo, sus costumbres y tradiciones, entre ellas todos los usos relativos a las ceremonias fúnebres y a la tradición de cultos mortuorios, que se estudian mediante la rama de la Antropología, denominada Funebria. Al igual que en África Occidental, las negritudes de todo el Caribe y de la costa pacífica de Colombia, siguen acompañando con música alegre y explosiva, de tambor, marimba y sonajeros, cada uno de los ciclos vitales: Festejan la vida, y bailan cantando al despedir a sus muertos, manteniendo supervivencias africanas evidentes en la alternancia responsorial del solista y el coro monofónico o polifónico.
Los pueblos afrodescendientes generaron un proceso de sincretismo en sus celebraciones, asociando su origen africano con el santoral católico. Sus ceremonias rituales en las que destacan las prácticas fúnebres, tienen un marcado trasfondo mágico-religioso, como los cantos de lumbalú, de carácter fúnebre ritual, que evoca los orígenes de Angola, tierra natal de muchos de los primeros negros cimarrones-esclavos que se escapaban de sus amos-, pregonando la muerte, para convocar a la comunidad al velorio, seguido del canto-lloro responsorial. Durante el lumbalú las mujeres bailan con pasos menudos alrededor del cadáver. Otros cantos son las zafras mortuorias, sin ningún acompañamiento instrumental, donde una de las voces entona un relato, verso, frase o rezo que evocan el recuerdo de una persona fallecida, y las plañideras acopladas a coro, responden en forma de comentario o estribillo; y los cantos fúnebres interpretados a capella o con un sencillo acompañamiento de toques de tambor que se emplean en el contexto ritual de los entierros o velorios de parientes.
En algunas comunidades americanas, los pobladores negros, trascienden las costumbres africanas, haciendo de la muerte un motivo para expresar su intensa espiritualidad a partir del canto y por supuesto del baile. Por ejemplo, en los velatorios de adultos de la costa Pacífica colombiana, se usa el Alabao, que en esencia es un canto coral de alabanza o exaltación religiosa ofrendado a los santos; con el trascurrir del tiempo se hizo extensivo al contexto fúnebre, interpretándolo sin instrumentos, destacando el acento salmodiado-propio de las exaltaciones cristianas-; en algunas ocasiones las temáticas se apartan del contexto religioso y resaltan aspectos profanos; en los alabaos de tipo fúnebre se combinan de forma indistinta pasajes que hacen referencia a la vida del difunto y exhortaciones místicas.
En el departamento colombiano de Córdoba existe un rito funerario que tiene por nombre “Muerto Alegre”. Se inicia con una rara petición que hace el enfermo ya en estado agónico: Pide que lo entierren muerto alegre. Le confeccionan un cajón especial con tablas laterales de distinto grosor para que al ser golpeadas emitan sonidos diferentes. El difunto va aprisionado dentro de la caja desde los hombres a los pies con trapos, dejando libre la cabeza para que en el bamboleo golpee los laterales de la caja. Los cargadores del muerto inician la marcha hacia el cementerio con pasos irregulares, como cojeando, para que la cabeza del muerto, en forma sincopada, tamborilee alegremente con el cajón. También se baila el muerto en algunas regiones de Venezuela, Cuba y Haití, como ritual mortuorio que se realiza en la vía pública durante el sepelio del occiso.
En la región de Barquisimeto-Lara, Venezuela-se lleva a cabo el rito funerario “la última noche” que manifiesta la diversidad de valores socioculturales de esos pobladores. En Puerto Cabello-Carabobo, Venezuela-vinculado a elementos simbólicos de la cultura y raíces afrocaribeñas, con ritos indígenas y con tradiciones europeas de la muerte, durante el carnaval se lleva a cabo el “baile de la hamaca”, que rememora el traslado de enfermos y la sepultura de los muertos, conteniendo velorio, recorrida, drama y entierro. A ritmo de tambor, charrasca y cachos-cuernos-siguen un paseo de la hamaca por la comunidad, donde alguien exclama; ¡Ya se murió! Y todos responden ¡hay que enterrarla! dejando la hamaca colgada rodeada de velas, hasta el otro día, la sacan del barrio y recorren todas las calles de Puerto Cabello. Las mujeres-con vestidos multicolores-, al tiempo que cantan, bailan alegremente mientras llevan y rodean la hamaca, invitando a los hombres a bailar. Durante el cortejo fúnebre, las mujeres lloran al muerto, despertando un arrebato de celos, que sufre un negro, al “descubrir” la infidelidad de su mujer precisamente con el muerto.
A diferencia de los alabaos de los adultos, en los velorios de los niños, los cantos son alegres. El rito fúnebre de las negritudes dedicado a los menores de siete años es jubiloso, pues para los afrodescendientes, el infante muerto se convierte en un ángel del cielo. Los cantos son conducidos por la percusión y el palmoteo, con música y baile alegre. En Colombia, según la ubicación geográfica de las comunidades, estos ritos reciben el nombre de bunde, chigualo o mampulorio. Otros nombres representativos son gualí, angelito bailao, muerto alegre y velorio de angelito. En Barlovento, Venezuela se conoce como mampulorio y chigualo; en Ecuador se le dice velorio de angelito y en la República Dominicana, Haití y en Cuba, al velorio de angelito se le llama baquiní; en Puerto Rico era conocido como baquiné o fiesta de niño muerto.
Con motivo de la venta de esclavos para las plantaciones americanas, atracaron a los puertos, galeones portugueses con cargamentos de esclavos capturados en diferentes tribus subsaháricas, de población mayoritaria de congos y angolas de lengua bantú, con ellos llegaron también los ararás y los minas traídos de Ghana; carabalíes y lucumiés de la lengua yoruba de Nigeria y en menor proporción, chambas, bárbaras, biafras, xangos, nagós y mandingas. Uno de los rasgos más definidos de africana se manifiesta en los cantos rituales ligados a la funebria y a los bailes de muerto, de concentraciones de negros montaraces e indómitos que constituyeron los palenques en Colombia, los cumbés o rochelas en Venezuela y los quilombos en Brasil, términos que pudieran asimilarse como sinónimo de “baile de negros”. Muchos de los negros cimarrones venían huyendo desde Curazao o de otras islas antillanas. El lumbalú, canto de muerto o lloro, es el núcleo lingüístico que permitió a las comunidades preservar sus tradiciones africanas.
Desde el punto de vista de la Funebria Palenquera-los palenques eran poblaciones de negros fugitivos durante la colonia española, asentados en la costa pacífica colombiana-los bailes de velatorio o bailar el muerto con toque de tambor, se conocen como alabaos y velorio de angelito, caracterizados por su amplio contenido ceremonial, asociados a ritmos de currulao-tonada tipo del Pacífico colombiano-y los estilos fúnebres del bunde que se corresponde, indistintamente de la región de que se trate (chigualo-centro sur litoral Pacífico- gualí-centro-norte- y mampulorio-Barlovento, menores de un año-)con la funérea infantil.
El bunde es un rito fúnebre, una forma de culto a los muertos, en el cual el dolor por la pérdida de un ser querido se va transformando en motivo de regocijo, en alegría a causa de la entrada del alma del niño muerto en el reino de los espíritus. Su origen es el “wunde” de Sierra Leona y se extendió entre las comunidades afrocolombianas del litoral Pacífico. Es una expresión de los ritos fúnebres y lo ejecutan los chiquillos en el patio de la casa mientras los adultos se ocupan del rito mortuorio propiamente dicho, a capella, a una voz y coro, con acompañamiento de palmoteo. Cuando se cansan recurren a los juegos-interviene toda la concurrencia-de velorios, que son parte sustancial en el novenario y que consiste en cantos, palmas, adivinanzas en círculos de mujeres y hombres, el resto canta.
El baquiní es una costumbre Yoruba originaria de la costa de Nigeria en África Occidental, guarda una muy estrecha relación con cierto culto fúnebre observable entre los negros campesinos de Jamaica. Se trata de una modalidad de rosario cantado que se celebra en ocasión de la muerte de un niño de color-cuando el difunto es blanco se le llama florón- Es una ceremonia religiosa que celebra la alegre partida de un infante, que lo libera de las desdichas de este mundo terrenal, para que pueda compartir con sus ancestros de un mundo espiritual armonioso, convirtiéndolo en un angelito en el cielo, que se constituye en recurso sagrado directo para la familia y la comunidad. Se desarrolla con un grupo de personas bailando y entonando cantos responsariales. Al niño lo visten completamente de blanco, yace en una mesa cubierta con sábanas blancas, muy limpias, y se adorna de flores de pies a cabeza, mientras se inicia una despedida musical con canciones y tambores, seguida de juegos, comida y bebida.
Los pueblos afrodescendientes generaron un proceso de sincretismo en sus celebraciones, asociando su origen africano con el santoral católico. Sus ceremonias rituales en las que destacan las prácticas fúnebres, tienen un marcado trasfondo mágico-religioso, como los cantos de lumbalú, de carácter fúnebre ritual, que evoca los orígenes de Angola, tierra natal de muchos de los primeros negros cimarrones-esclavos que se escapaban de sus amos-, pregonando la muerte, para convocar a la comunidad al velorio, seguido del canto-lloro responsorial. Durante el lumbalú las mujeres bailan con pasos menudos alrededor del cadáver. Otros cantos son las zafras mortuorias, sin ningún acompañamiento instrumental, donde una de las voces entona un relato, verso, frase o rezo que evocan el recuerdo de una persona fallecida, y las plañideras acopladas a coro, responden en forma de comentario o estribillo; y los cantos fúnebres interpretados a capella o con un sencillo acompañamiento de toques de tambor que se emplean en el contexto ritual de los entierros o velorios de parientes.
En algunas comunidades americanas, los pobladores negros, trascienden las costumbres africanas, haciendo de la muerte un motivo para expresar su intensa espiritualidad a partir del canto y por supuesto del baile. Por ejemplo, en los velatorios de adultos de la costa Pacífica colombiana, se usa el Alabao, que en esencia es un canto coral de alabanza o exaltación religiosa ofrendado a los santos; con el trascurrir del tiempo se hizo extensivo al contexto fúnebre, interpretándolo sin instrumentos, destacando el acento salmodiado-propio de las exaltaciones cristianas-; en algunas ocasiones las temáticas se apartan del contexto religioso y resaltan aspectos profanos; en los alabaos de tipo fúnebre se combinan de forma indistinta pasajes que hacen referencia a la vida del difunto y exhortaciones místicas.
En el departamento colombiano de Córdoba existe un rito funerario que tiene por nombre “Muerto Alegre”. Se inicia con una rara petición que hace el enfermo ya en estado agónico: Pide que lo entierren muerto alegre. Le confeccionan un cajón especial con tablas laterales de distinto grosor para que al ser golpeadas emitan sonidos diferentes. El difunto va aprisionado dentro de la caja desde los hombres a los pies con trapos, dejando libre la cabeza para que en el bamboleo golpee los laterales de la caja. Los cargadores del muerto inician la marcha hacia el cementerio con pasos irregulares, como cojeando, para que la cabeza del muerto, en forma sincopada, tamborilee alegremente con el cajón. También se baila el muerto en algunas regiones de Venezuela, Cuba y Haití, como ritual mortuorio que se realiza en la vía pública durante el sepelio del occiso.
En la región de Barquisimeto-Lara, Venezuela-se lleva a cabo el rito funerario “la última noche” que manifiesta la diversidad de valores socioculturales de esos pobladores. En Puerto Cabello-Carabobo, Venezuela-vinculado a elementos simbólicos de la cultura y raíces afrocaribeñas, con ritos indígenas y con tradiciones europeas de la muerte, durante el carnaval se lleva a cabo el “baile de la hamaca”, que rememora el traslado de enfermos y la sepultura de los muertos, conteniendo velorio, recorrida, drama y entierro. A ritmo de tambor, charrasca y cachos-cuernos-siguen un paseo de la hamaca por la comunidad, donde alguien exclama; ¡Ya se murió! Y todos responden ¡hay que enterrarla! dejando la hamaca colgada rodeada de velas, hasta el otro día, la sacan del barrio y recorren todas las calles de Puerto Cabello. Las mujeres-con vestidos multicolores-, al tiempo que cantan, bailan alegremente mientras llevan y rodean la hamaca, invitando a los hombres a bailar. Durante el cortejo fúnebre, las mujeres lloran al muerto, despertando un arrebato de celos, que sufre un negro, al “descubrir” la infidelidad de su mujer precisamente con el muerto.
A diferencia de los alabaos de los adultos, en los velorios de los niños, los cantos son alegres. El rito fúnebre de las negritudes dedicado a los menores de siete años es jubiloso, pues para los afrodescendientes, el infante muerto se convierte en un ángel del cielo. Los cantos son conducidos por la percusión y el palmoteo, con música y baile alegre. En Colombia, según la ubicación geográfica de las comunidades, estos ritos reciben el nombre de bunde, chigualo o mampulorio. Otros nombres representativos son gualí, angelito bailao, muerto alegre y velorio de angelito. En Barlovento, Venezuela se conoce como mampulorio y chigualo; en Ecuador se le dice velorio de angelito y en la República Dominicana, Haití y en Cuba, al velorio de angelito se le llama baquiní; en Puerto Rico era conocido como baquiné o fiesta de niño muerto.
Con motivo de la venta de esclavos para las plantaciones americanas, atracaron a los puertos, galeones portugueses con cargamentos de esclavos capturados en diferentes tribus subsaháricas, de población mayoritaria de congos y angolas de lengua bantú, con ellos llegaron también los ararás y los minas traídos de Ghana; carabalíes y lucumiés de la lengua yoruba de Nigeria y en menor proporción, chambas, bárbaras, biafras, xangos, nagós y mandingas. Uno de los rasgos más definidos de africana se manifiesta en los cantos rituales ligados a la funebria y a los bailes de muerto, de concentraciones de negros montaraces e indómitos que constituyeron los palenques en Colombia, los cumbés o rochelas en Venezuela y los quilombos en Brasil, términos que pudieran asimilarse como sinónimo de “baile de negros”. Muchos de los negros cimarrones venían huyendo desde Curazao o de otras islas antillanas. El lumbalú, canto de muerto o lloro, es el núcleo lingüístico que permitió a las comunidades preservar sus tradiciones africanas.
Desde el punto de vista de la Funebria Palenquera-los palenques eran poblaciones de negros fugitivos durante la colonia española, asentados en la costa pacífica colombiana-los bailes de velatorio o bailar el muerto con toque de tambor, se conocen como alabaos y velorio de angelito, caracterizados por su amplio contenido ceremonial, asociados a ritmos de currulao-tonada tipo del Pacífico colombiano-y los estilos fúnebres del bunde que se corresponde, indistintamente de la región de que se trate (chigualo-centro sur litoral Pacífico- gualí-centro-norte- y mampulorio-Barlovento, menores de un año-)con la funérea infantil.
El bunde es un rito fúnebre, una forma de culto a los muertos, en el cual el dolor por la pérdida de un ser querido se va transformando en motivo de regocijo, en alegría a causa de la entrada del alma del niño muerto en el reino de los espíritus. Su origen es el “wunde” de Sierra Leona y se extendió entre las comunidades afrocolombianas del litoral Pacífico. Es una expresión de los ritos fúnebres y lo ejecutan los chiquillos en el patio de la casa mientras los adultos se ocupan del rito mortuorio propiamente dicho, a capella, a una voz y coro, con acompañamiento de palmoteo. Cuando se cansan recurren a los juegos-interviene toda la concurrencia-de velorios, que son parte sustancial en el novenario y que consiste en cantos, palmas, adivinanzas en círculos de mujeres y hombres, el resto canta.
El baquiní es una costumbre Yoruba originaria de la costa de Nigeria en África Occidental, guarda una muy estrecha relación con cierto culto fúnebre observable entre los negros campesinos de Jamaica. Se trata de una modalidad de rosario cantado que se celebra en ocasión de la muerte de un niño de color-cuando el difunto es blanco se le llama florón- Es una ceremonia religiosa que celebra la alegre partida de un infante, que lo libera de las desdichas de este mundo terrenal, para que pueda compartir con sus ancestros de un mundo espiritual armonioso, convirtiéndolo en un angelito en el cielo, que se constituye en recurso sagrado directo para la familia y la comunidad. Se desarrolla con un grupo de personas bailando y entonando cantos responsariales. Al niño lo visten completamente de blanco, yace en una mesa cubierta con sábanas blancas, muy limpias, y se adorna de flores de pies a cabeza, mientras se inicia una despedida musical con canciones y tambores, seguida de juegos, comida y bebida.
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